Hace ya años que se publicaba aquel libro infantil en el que participaba por primera vez como ilustrador. De aquellas recuerdo que deseaba llegar cuanto antes a una «cima» que ahora ni me atrae si es que existe. Realicé aquellas ilustraciones y muchas otras «densas» a todo color y que lo llenaban todo; buscaba de aquella manera tener un nombre, un lugar propio en el mundo de la ilustración.
No sé, estaba empezando, era como muchos iniciados; estúpido y presumido con el lápiz, qué le vamos a hacer…
Pero comencé a interesarme más en el «qué» que en el «cómo». Comunicar se volvió muy importante y experimenté la necesidad del blanco, del silencio, del aire, de los espacios vacíos y huí del término «ilustrador» (alguien me dijo «Diseñador» una vez) Y es que me dí cuenta que no comparto el mismo significado del verbo «ilustrar» con muchos ilustradores
Y oye, mira…que cada uno lo haga como quiera.
Luego llegó un momento en el que, por razones que no vienen al caso, tuve que reflexionar sobre el por qué dibujar (casi lo dejo para siempre), para qué y todas esas letanías. Y la verdad es que cada pensamiento me ha empujado a alejarme de todo lo que no sea recuperar el disfrute del acto creativo, del gesto, del error (que nunca es solo error) recuperarme en el disfrute del trazo.
O eso creo.
O quizá sólo ha sido que me daban envidia mis hijas, que dibujan entre risas, y yo me había olvidado de hacerlo.
Hoy soy mucho más fiel a mí mismo, aunque puede que mañana no lo sea tanto (el Ego, ya sabéis…), y qué?.
En el presente disfruto de «no dibujar bien», de salirme de la línea y de hacer dibujos los cuales, a alguien habrá, no le parecerán «bien hechos» y que además podrían realizar vuestros hijos con los ojos cerrados, e incluso vosotros mismos (ojalá)- seguro que alguno ya lo ha pensado- y estoy de acuerdo, tanto que yo lo hago por la cara de atrás de la hoja para no ver lo que hago y cuando le doy la vuelta…lo flipo!
Ejemplo:
“transitadas”
110 x 85 cm
monotipo de óleo sobre papel.